Acapulco, caos sin aprender del pasado

ESPECIAL, nov. 1.- Esta administración federal, en su obsesión por acabar con todo lo que huela al pasado, ignoró casi todo lo que habíamos aprendido sobre cómo actuar ante desastres naturales, donde México desde hace años tenía, tiene, enorme experiencia y recursos económicos, materiales y humanos para atenderlos adecuadamente.

Se demostró en forma palmaria con Otis: no es verdad que no hubo tiempo para advertir y proteger a la población. Sí lo hubo. Cuando el Centro de Control de Huracanes de Miami había advertido sobre la peligrosidad de Otis, en Acapulco se inauguraba con una gran cena, la Convención de la Industria Minera, a los turistas se les decía que se quedaran en su habitación, no se habilitaron los refugios imprescindibles, sobre todo, para los sectores populares.

Horas después de que había pasado el huracán no se tenía información. Y no existía porque nada estaba previsto: no se previó que ante un huracán categoría cuatro (ésa era la información original) con vientos superiores a 200 kilómetros por hora (fueron finalmente de 270 kilómetros) se necesitaran tomar precauciones adicionales a las de una simple tormenta.

Pero dejemos atrás, por lo menos mientras dura la crisis, lo sucedido en el pasado. ¿Qué hace y qué hará el gobierno federal de cara al futuro inmediato? Hoy no lo sabemos, el gobierno ha sido rebasado por la tragedia y el presidente López Obrador está más preocupado por sus críticos que por buscar la unidad en torno a un proyecto de reconstrucción.

Tenemos importantes experiencias que se podrían utilizar, tres son esenciales y me tocó verlas, cubrirlas, como reportero. En 2007, lo realizado ante Wilma (huracán categoría cinco, como Otis, pero que, además se mantuvo hasta casi 70 horas sobre la península de Yucatán) es un buen ejemplo de cómo se puede actuar: el gobierno de Vicente Fox declaró la alerta roja en la península de Yucatán la noche del 19 de octubre, 36 horas antes, cuando el huracán era todavía categoría uno. Las clases se suspendieron y se advirtió a los residentes de las áreas costeras que buscaran refugio tierra adentro. Se recomendó a los turistas de Cancún y las islas regresar a sus lugares de origen o viajar hacia el interior de la península. Se evacuó a 40 mil turistas que se encontraban en la zona. Veintitrés mil extranjeros fueron trasladados a Mérida, Yucatán, y más de 70 mil personas fueron desalojadas de los municipios costeros de Quintana Roo y Yucatán, 20 mil se resguardaron en refugios temporales. Todo eso se realizó en un día, con apoyo de hoteleros y líneas aéreas.

Pasado el huracán, se convocó a los empresarios y a la sociedad civil a reconstruir Cancún y se invirtió en ello el equivalente a unos 20 mil millones de dólares actuales. A horas del desastre, Fox anunció un paquete de apoyos fiscales para acelerar los trabajos de reconstrucción de las zonas turísticas, y dos días después informó sobre el inicio de un programa dirigido principalmente a las micro, pequeñas y medianas empresas. Para el viernes 4 de noviembre, 15 días después, Cancún ya tenía disponibles más de 3 mil habitaciones para atender a los primeros turistas que arribaran a la zona después del paso de Wilma. Ese día llegó un charter desde Holanda con turistas. Pero las playas habían desaparecido con el huracán, por lo que se implementó un fideicomiso que volvió a llenarlas con casi tres millones de metros cúbicos de arena en relativamente pocas semanas.

En aquella ocasión, Rodolfo Elizondo, secretario de Turismo con Fox, coordinó los trabajos con una participación destacadísima de la iniciativa privada, las instituciones del gobierno, el Ejército y la Marina.

Diez años antes, se había producido el huracán Paulina, durante el gobierno de Ernesto Zedillo. La costa de Oaxaca y Acapulco fueron devastadas. Oaxaca había tomado medidas de prevención mucho mayores que Guerrero y recuerdo, estuve días completos allí, como desde Huatulco se implementó un impresionante programa de rescate aéreo para atender Puerto Escondido, el epicentro del desastre y muchas zonas cercanas. Ese esfuerzo lo encabezaron el entonces gobernador Diódoro Carrasco y el secretario de la Defensa, el general Enrique Cervantes.

En Acapulco se asentó el presidente Ernesto Zedillo, luego de un desastre operativo del gobernador Ángel Heladio Aguirre (sí, el mismo de Ayotzinapa y que cometió los mismos errores ya como gobernador por el PRD, durante Ingrid y Manuel y que mientras Paulina llegaba a Acapulco estaba de fiesta en Chilpancingo). Zedillo estaba volando rumbo a Alemania y decidió regresar a México, instalarse en Acapulco para coordinar los trabajos y le pidió la renuncia al alcalde, Juan Salgado Tenorio, compadre de Aguirre. Unos decían que Salgado andaba en Las Vegas, otros en Disney. Lo cierto es que el alcalde fue destituido de forma fulminante.

En 1985, después de los terribles sismos que devastaron la Ciudad de México, el presidente De la Madrid encargó la reconstrucción a Manuel Camacho Solís (allí fue la primera aparición pública de Marcelo Ebrard) al frente de un equipo que realizó una labor notable, acompañado por la sociedad, la iniciativa privada y con lo que sería la columna vertebral del gobierno de Carlos Salinas.

En todos aquellos procesos hubo aciertos y errores, héroes y villanos, pero el Estado mexicano actuó como tal, siempre se llamó a la unidad, se trabajó con la sociedad y la iniciativa privada y no hubo, es un hecho, una utilización partidaria de la tragedia. Mirando al pasado se podría aprender algo para el presente y el futuro.

Por Jorge Fernández Menéndez

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