¿Somos los ‘dueños’?
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Arrendará el viñedo a otros viñadores” Mateo 21,33-43
No hay padre-madre de familia que no espere bien de sus hijos. Lo hemos visto, escuchado, admirado, agradecido. La preocupación por su educación y formación es una constante en las personas que generan vida y la acompañan hasta la edad de la madurez. Después, a esperar los frutos de lo que se ha sembrado y cultivado. El dicho de la sabiduría popular es contundente: nadie sabe para quién trabaja. Mejor dicho, sí sabemos: trabajamos para otros sin saber sus nombres, todavía.
En el plan de salvación de Dios todo estaba preparado para que la viña diera frutos (primera lectura). El propietario (Dios), como el máximo padre-madre, trabajó con amoroso cuidado: removió la tierra, quitó las piedras, escogió las mejores vides, edificó una torre de vigilancia, excavó un lagar… Luego lo confió a unos trabajadores y se fue de viaje. Al llegar el tiempo de la cosecha, el propietario mandó a sus empleados a recoger los frutos. En lugar de ello encontró violencia, destrucción, muerte. Los trabajadores se creyeron los dueños e hicieron lo que quisieron; ni siquiera respetaron al hijo del propietario… Moraleja: cuando se pierde la relación digna con Dios Padre, ya nada importa; se pierde todo al pretender ganar a cualquier precio.
La parábola que escuchamos este domingo mueve tapetes en nuestras responsabilidades como padres e hijos, ciudadanos y funcionarios, discípulos y pastores. Ser convocados para trabajar en la viña del Señor no nos da ningún derecho a creer que la viña es nuestra, que podemos hacer con los demás lo que nos dé la gana. Todo intento de apropiación (aplica a todos, también a Iglesia y Estado), de creerse ‘los dueños’ de vidas- conciencias-haciendas, de ‘ocupar el lugar de Dios’ en aquello que Dios nos ha confiado, es un atentado contra el mismo Dios y contra personas, familias, comunidades, pueblos. Es entrar en la parábola como quienes matan a los enviados y a quien se ponga enfrente.
La emergencia nacional ocasionada por las consecuencias de violencias e impunidades, nos cuestiona a todos. La responsabilidad social es aceptar y manifestar -a quien corresponda- que estamos sitiados por la delincuencia organizada. Nos corresponde colaborar -con quien corresponda- para crear condiciones y ambientes favorables donde convivamos y trabajemos en paz… Si somos buenos hijos tendremos la sensibilidad y la actitud de hacernos hermanos corresponsables, cercanos, solidarios. Recordemos que los frutos esperados son a favor de los que más sufren.
El único propietario de la viña es Dios; su solicitud y amor por sus hijos están fuera de duda. Nuestra respuesta de hijos tiene que verse en la reconstrucción afectiva y efectiva de la esperanza, la paz, la fraternidad, la justicia, la verdad, la confianza. Hacer lo contrario sería querer convertirnos en dueños de lo que no es nuestro.
Que seamos trabajadores que se sienten y obran como ‘siervos’ que reconocen a Dios Padre y a sus hijos. Todos hermanos, (Tutti Fratelli), nos recuerda constantemente el Papa Francisco.
Nos unimos en oración por la Asamblea Sinodal que se celebra estos días en Roma.
Con mi afecto y bendición.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas