Dios es bueno

Mons. Sigifredo Noriega Bacrceló

“¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?” Mateo, 20,1-16

La experiencia de cada día nos muestra que Dios es bueno, aunque, de vez en cuando, nos carcome la duda. Es comprensible que entre en la mente la idea de que Dios tiene una balanza especial para cada persona: a unos les alcanza para todo y, a otros, les faltan gramos, segundos y minutos. ¿Quién lleva el control de entradas y salidas, horas y minutos, de la bondad de Dios?

Los vaivenes de la vida nos invitan a pensar en el valor de cada segundo y circunstancia. La persona es víctima de sus propias decisiones y, con frecuencia, de las decisiones de otros. La hora de personas e instituciones puede ser afectada en un instante. Entonces la fe en Dios es puesta a prueba en su lado más crítico: el sufrimiento, la fragilidad, la injusticia, la incertidumbre. ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué en esta hora? El corazón humano en su máxima vulnerabilidad. A nadie debería dejar indiferente el dolor existencial del prójimo.

“Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos, dice el Señor, y nos hace reflexionar el profeta. Todo cambia/puede cambiar en un instante y desembocar en efectos imprevisibles, dolorosos, desconcertantes, trágicos. La alarma de los riesgos sigue sonando en cada momento en espera de explicaciones. La incertidumbre trastoca el sentido de las horas en la organización de la vida personal, familiar, social.

La palabra de este domingo habla con claridad del tiempo de Dios y de la ‘hora convenida’ con los trabajadores de la viña. En la parábola aparece con claridad la actitud desconcertante de la bondad de Dios que no anda calculando lo que corresponde a cada uno –con todo y rebajitas-. La respuesta y el compromiso siguen siendo necesarios, pero la recompensa depende siempre de la gratuidad y de la bondad de Dios.

En las horas que vivimos tenemos el reto de pensar, esperar y actuar en positivo, con responsabilidad social y con gratuidad, al estilo de Jesús. Podemos salir mejores seres humanos si aceptamos que la hora de Dios transforma nuestras horas. El Papa Francisco en una de sus catequesis nos enseña que “la respuesta cristiana a las diversas crisis se basa en el amor de Dios que siempre nos precede…”

Hay muchos síntomas de que la hora de Dios y las nuestras pueden trabajar y servir en equipo. La entrega de tantas familias, la generosidad de muchísimos trabajadores del bien, la solidaridad, el amor al vecino en las redes de fraternidad… son un signo de que podemos crecer en humanidad venciendo desigualdades e intereses mezquinos. Tenemos esperanza fundada de que otro estilo de vida puede emerger desde las sombras de esta hora y de los corazones de gente como tú. Todos tenemos la oportunidad para trascender y podemos acompañar a otros para que vuelvan a elevar el vuelo.

La hora de Dios es siempre hora de salvación para todos. Nunca lo olvidemos.

Con mi afecto y mi bendición.

Originario de Granados, Sonora.

Obispo de/en Zacatecas

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