La grandeza de los sencillos

Mons. Sigifredo Noriega Barceló

“Soy manso y humilde de corazón” Mateo 11, 25-30

Las encuestas, estadísticas y sondeos han tomado carta de ciudadanía en los nuevos usos y costumbres de la sociedad de nuestros días. Su aplicación ayuda a definir y decidir candidaturas y soluciones utilitarias a diversos conflictos. El problema es que no aplican a los problemas más profundos del ser humano, por ejemplo, el sufrimiento ocasionado por tantas violencias, inesperadas enfermedades, trágicos accidentes… El sufrimiento no cabe en esas mediciones; tampoco alivian ni dan esperanza.

A pesar de todo, encontramos personas que nos dejan con la boca abierta por la sabiduría en su enfrentar la adversidad con entereza. Es la gente que saca lo mejor de sí y lo pone a disposición de otros. Dios nos ha puesto en el camino a personas con una sabiduría que sólo se aprende en la escuela de la fe y el amor. Hay tanta gente de este calibre en nuestro entorno.

En nuestro tiempo hablamos poco de vecinos; vivimos en el casi anonimato de la ciudad. Nos conformamos con verlos en las pantallas que gente anónima ‘sube’ a la red… Quizás nos estemos perdiendo lo mejor que nuestros vecinos han sembrado y cultivado en el silencio de sus sufrimientos.

Al escuchar el Evangelio de este domingo de verano me imagino a Jesús mirando a la gente sencilla de su entorno. Eso de “¡yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, ¡y las has revelado a la gente sencilla!”, suena a un grito que sale del fondo de un corazón humilde, amoroso, sencillo, sensible. Nos encontramos a un Jesús que mira la grandeza de los sencillos, la sabiduría que sólo ellos pueden irradiar. No es que alabe la ignorancia, mucho menos la ingenuidad ante la adversidad y el dolor causado por actitudes egoístas.

El grito gozoso de Jesús reconoce las maravillas de Dios en el diario vivir de la gente sencilla, la que no tiene problemas en reconocerle y aceptar la Buena Nueva del Reino. La fe en Él se convierte en sabiduría porque abre al misterio de Dios y a los misterios que encierra la vida. Escuchar y aceptar el “yo soy manso y humilde de corazón” es alivio esperanzador, descanso reparador, fortaleza que reconforta… El alivio que da Jesús libera, dignifica y da sentido a todo sufrimiento.

No todos pueden entender/aceptar este lenguaje y estilo de vida. En el mundo complejo en el que vivimos parece que no hay espacio para los sencillos; son otros los valores que prevalecen. Las crisis que vivimos han puesto de manifiesto la fragilidad de un mundo construido sobre la arena de la soberbia de creernos los dioses de la posmodernidad. Las cargas se están volviendo insoportables…

Sólo la actitud humilde de los sencillos que aceptan a Dios como centro de la vida y de la historia puede transformar el sufrimiento en sabiduría y la pequeñez en grandeza.

Con mi bendición para el mes de julio y el deseo de un saludable descanso.

Originario de Granados, Sonora.

Obispo de/en Zacatecas

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