Tóxico Maremoto

Perspectiva

Por Moisés Gómez Reyna

El plástico se convirtió en México, a mediados de la década de los ochenta, en un producto de uso cotidiano que facilitó, por su versatilidad, costo y resistencia, su consumo y la multiplicación de su aplicación en el comercio y la industria.

Tan es así que en 1989 se consumían en el país 11 mil toneladas, llegando la comercialización a la fecha de casi 500 mil toneladas anuales, conviertiendo también las ventajas de su aprovechamiento en grandes problemas a la hora de desecharlo, al grado que ya es considerado un «maremoto tóxico» sintético que contamina el planeta.

Expertos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estiman que cada año se generan en el mundo 400 millones de toneladas de residuos plásticos, es decir, 1.1 millones de toneladas por día, 761 por minuto, 12 por segundo.

Lo más alarmante es que también calculan que 85% de los plásticos de un solo uso, al final de cuentas terminan en vertederos o contaminando ríos, mares y paisajes.

Los especialistas consultados por la ONU han convocado a empresas y Gobiernos a que asuman su responsabilidad y garanticen el derecho humano a un medio ambiente sano y libre de sustancias tóxicas.

La producción de plástico libera sustancias peligrosas y depende casi exclusivamente de combustibles fósiles, mientras que el propio material contiene sustancias químicas tóxicas, lo que supone graves riesgos y daños para la salud humana y el medio ambiente, advierten los expertos.

Además, los residuos del final de su ciclo tóxco contaminan vertederos y generan, con su inceneración o reciclado, soluciones falsas y engañosas, que en realidad agravan más la situación y perjudican al medio ambiente.

En la actualidad, el plástico, los microplásticos y las sustancias peligrosas que contienen pueden encontrarse en los alimentos que comemos, el agua que bebemos y hasta el aire que respiramos, indican los especialistas de la ONU.

Adicionalmente, la contribución de este tipo de polución al cambio climático es alarmante, pero a menudo se pasa por alto. Un ejemplo es que las partículas de plástico que se encuentran en los océanos limitan la capacidad de los ecosistemas marinos para eliminar los gases de efecto invernadero de la atmósfera.

Aunque todo el mundo se ve afectado por las repercusiones negativas del plástico, el nivel de exposición a la contaminación y sus residuos afectan más en especial a las comunidades marginadas.

Es especialmente preocupante la mayor exposición a la contaminación por plásticos en las llamadas «zonas de sacrificio», donde se han establecido fábricas, minas y refinerías cuyas actividades han liberado un alto contenido de sustancias tóxicas, contaminando el aire, el suelo y el agua, y amenazando la salud de quienes viven en las cercanías. 

Un caso es La Oroya, Perú, donde el 99% de los niños presentan niveles elevados de plomo en la sangre al vivir cerca de una fundidora de plomo.

Otro es el de las comunidades indígenas Wayuú, en Colombia, que sufren de enfermedades respiratorias y elevados niveles de sustancias tóxicas en la sangre ante la contaminación y el agua por la mina de carbón de El Cerrejón.

Así, la omnipresencia de los plásticos repercute en los derechos humanos de muy diversas maneras, como el derecho a un medio ambiente sano, a la vida, a la salud, a la alimentación, al agua y a un nivel de vida adecuado.

En definitiva, urge que empresas y gobiernos impulsen iniciativas para hacer frente a la situación, incluyendo la formulación de una regulación internacional que ataque el problema de manera frontal.

Es indispensable priorizar, por ejemplo, la reducción de la producción y el uso del plástico, la desintoxicación y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

De no tomar medidas contundentes, el plástico que observamos, bebemos, consumimos y hasta respiramos podría causar más pronto de lo que creemos efectos irreversibles en la salud humana, la biodiversidad y hasta en el cambio climático del planeta.

Twitter: @gomezreyna

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