Un amor-perdón muy en serio
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Amen a sus enemigos” Mateo 5,38-48
El día del amor y la amistad trae a la memoria del corazón las verdades y los sentimientos básicos del ser humano. Los gestos elegidos para expresar nuestro ser y sentir han sido los más cercanos a nuestras posibilidades. Los adolescentes y jóvenes, los propios; los adultos menores y mayores, los suyos. El día -a pesar de todas las lecturas que pueda tener- no ha pasado desapercibido para una buena parte de los seres humanos de la ‘posverdad’.
‘El amor todo lo puede’ ha sido un eslogan usado el 14 de febrero para ‘empoderar’ ideas, deseos, aspiraciones, programas, agendas… La oferta/ ambigüedad/confusión que propone la frase pudiera empujar a manipular/ corromper el verdadero sentido del amor; la reducción a los deseos egoístas del yo que exige aprobación legal es una posibilidad. Por otra parte, también recibimos la invitación para hacer extensivo el abrazo amistoso a personas que ordinariamente no tratamos bien. Sentimientos, emociones, reacciones primarias o secundarias, afectos, desafectos… han salido a relucir.
El Evangelio de hoy toca el tema del amor total, decidido, único, doloroso, casi imposible: el amor a los enemigos. Jesús conoce perfectamente el corazón humano. Toma postura decidida, clara, pertinente… Porque la vocación del discípulo es el amor, no debería haber espacio para la violencia del odio. No basta con devolver menos mal que el que hemos recibido; tampoco se trata de amar sólo al que nos hace bien. Jesús apuesta al amor total, extensivo e intensivo. Su propuesta suena a una verdadera locura: amar al que te hace mal.
En este contexto del amor-perdón y de la no violencia se inserta el mandato de ser santos. En el espíritu de las bienaventuranzas queda claro quién es santo/ perfecto y por qué. Ciertamente no es quien reza mucho (aunque la oración es necesaria), ni quien cumple sus obligaciones ordinarias (también es necesario) sino el que ama con tanta locura que va más allá del guion de los humanos. La santidad del discípulo se manifiesta en el perdón de las ofensas (cf. Padre nuestro) y en el amor al enemigo (cf. bienaventuranzas). La razón es clara: quién es capaz de perdonar a los enemigos es porque tiene muy dentro a Dios. Ha adquirido la santidad de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos, justos y pecadores.
Ante un mundo que inventa derechos donde no los hay, rechaza obligaciones obvias y regatea gratuidades (el matrimonio es vocación, no derecho), el
Evangelio de Jesucristo suena insoportable. Hay gente que prefiere elaborar engañosamente sus propios ‘evangelios’ según la moda del mercado, las ideologías del momento, el oportunismo y los intereses/deudas de un partido… Pablo nos recuerda las trampas de nuestras astucias y la vanidad de nuestros cálculos. El amor de Dios es fiel y compasivo; ojalá nunca lo olvidemos.
«En aquel que cumple la palabra de Cristo, el amor de Dios ha llegado a su plenitud», aclamamos hoy en la liturgia. Esperamos que así sea en los discípulos que buscan ser fieles en tiempos de la ‘posverdad’ y de nuevas colonizaciones ideológicas.
Los bendigo en el amor original.
Originario de Granados, Sonora.
+ Obispo de/en Zacatecas