¿Dichosos en estos tiempos?

Mons. Sigifredo Noriega Barceló

“Dichosos los pobres de espíritu” Mateo 5, 1-12

Aprender a vivir es aprender a ser feliz, afirmaba contundente un libro, leído cuando un servidor ‘era generación joven’ en los años sesenta. Su contenido clarificó mis ideas confusas y me proporcionó una confianza de la que todavía disfruto.

He aprendido que ser feliz es estar feliz no sólo en determinados momentos sino en saber mirar la gracia de Dios en cualquier circunstancia de la vida. Que ser feliz es anhelo, búsqueda, estilo de vida. Que aprender a ser feliz es compartir la alegría e irradiar el gozo de vivir hasta encontrar el sentido de la vida… Son algunos retazos de reflexión que resuenan en mi conciencia como campanas que convocan a celebrar/agradecer la dicha de ser dichosos.

En años recientes han proliferado sondeos y encuestas acerca de la felicidad de individuos y pueblos. Hay diferentes percepciones y vivencias de acuerdo a las circunstancias. Sin embargo, siguen quedando preguntas que esperan una respuesta esperanzadora: ¿Somos realmente felices? ¿Lo somos más que las generaciones anteriores? ¿En qué basamos la felicidad? ¿Bienestar y éxito se identifican con felicidad? ¿Por qué tantos vacíos en una sociedad que parece tener más satisfactores?

Al terminar el primer mes del año 2023 -últimos escalones de la cuesta- Jesucristo pone al alcance de la fe la visión de Dios acerca de la felicidad. Nos propone una felicidad distinta, insólita, inédita, sorprendente… Llama dichosos, bienaventurados, felices, a quienes aparentemente -según nuestros indicadores- están lejos, muy lejos de ser felices. Según el Evangelio que hoy escuchamos, la verdadera y auténtica felicidad sólo puede enraizarse en Dios, fuente de todo bien, de todo amor, de la felicidad completa.

 Las bienaventuranzas no dicen que los pobres, los que lloran, los que trabajan por la paz… son dichosos automáticamente. Todos ellos sufren estas situaciones, pasan necesidad, se sienten oprimidos y aplastados. Las bienaventuranzas nos enseñan que quien busca a Dios de todo corazón -sea cual sea su situación- y vive en su amor, lo tiene a su lado. Ante el Reino de los cielos no hay ninguna riqueza comparable… Dios es la plenitud del gozo; es quien da el sentido absoluto a nuestras luchas y colma hasta el infinito nuestras aspiraciones.

Sólo Dios basta, afirmaba con alegre seguridad santa Teresa de Ávila. Solamente con Él podemos hablar de la felicidad de los pobres de espíritu, la felicidad de los que lloran, la felicidad del que sufre, la felicidad de los que tienen hambre y sed de justicia… Feliz y bienaventurado es quien mira con los ojos de Dios, fuente de amor misericordioso, proveedor de todo consuelo, fortaleza en las inevitables luchas de/en la vida.

Las bienaventuranzas son las luces que necesitamos para ser misioneros de una felicidad posible y experimentable en los tiempos críticos que vivimos. En todo amar y servir, decía confiado san Ignacio de Loyola; a los santos se les llama bienaventurados… No olvidemos que nuestra vocación es a la santidad… Necesitamos una fe firme, un amor incondicional y una esperanza a prueba de todas las pólvoras.

Un abrazo y mil bendiciones.

+ Sigifredo Obispo de/en Zacatecas

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