Cultura de la legalidad

Mons. Sigifredo Noriega Barceló

“Han oído lo que se dijo a los antiguos… Pero yo les digo” Mateo 5,17-37

El respeto a la ley, velar porque se cumpla, procurar y educar en la justicia son exigencias de la democracia. No hacerlo favorece la corrupción, la impunidad y todos los vicios que les acompañan. Hacerlo contribuye a crear un ambiente favorable para que la sociedad recupere la confianza en personas e instituciones; el resultado sería una convivencia ordenada en un ambiente de seguridad y de paz.

Algunas sociedades están proponiendo una nueva cultura de la legalidad para hacer frente a un ambiente caracterizado por múltiples rostros/víctimas de la violencia, una descarada cultura de la muerte y, al parecer, la vuelta a la ley del más fuerte. En la Italia de finales del siglo pasado y en otros países se ha propuesto y se trabaja en ello para prevenir el delito y ayudar a sanar sociedades lastimadas por la pérdida de valores, la desconfianza en las instituciones y la descomposición de las relaciones humanas básicas.

Muchos pensamos en la necesidad de revisar los valores que fundamentan y sostienen las leyes que nos rigen y las que se proponen para el ‘bienestar’ presente y el futuro de la sociedad. Sanear el tejido social y recuperar la confianza en autoridades e instituciones pasa por una indispensable educación ética y la impostergable puesta en práctica de la cultura de la legalidad. ¿Es posible? Intentarlo sería lo mínimo para la viabilidad de una sociedad pacífica.

El cristiano de la primera generación se preguntaba si la ley de Moisés había caducado. La respuesta de Jesús va a la raíz de normas y leyes. «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…”, es una invitación a cumplir los mandamientos desde la plenitud del amor. Jesús no teme abordar los temas candentes del tiempo: el asesinato, el adulterio, el divorcio, la mentira… Lleva tan lejos el cumplimiento de la ley que la remite al corazón mismo de Dios de donde salió. Va al centro de la verdad de la ley y la poda de las adherencias humanas, propias de los intereses del tiempo. La relaciona con la libertad, los valores que la acompañan y la perfección del amor. Nos enseña que hay que ir siempre a la raíz de comportamientos y actitudes. Quedarnos en simples reglamentaciones sería apostar por la esterilidad social.

 El cristiano –llamado a ser sal y luz- debe participar en la elaboración, educación y cumplimiento de la urgente cultura de la legalidad. No contribuye al bien social una cultura política que privilegia sólo los derechos y olvida los deberes de individuos y sociedades. No se puede exigir todo a todos y, al mismo tiempo, regatear responsabilidades y corresponsabilidades. Si Jesús le apuesta a la plenitud del amor, el cristiano tiene que asumir esa razón en todo comportamiento: el amor a Dios y el amor al prójimo como fundamento, sentido y orientación para afrontar los inevitables conflictos humanos.

«Dichoso el que cumple la voluntad del Señor», respondemos hoy con el salmista.

Con mi afecto, aliento y bendición.

Originario de Granados, Sonora.

Obispo de/en Zacatecas

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